Salir a liarla, para que no te líen.


     Hace poco más de dos años, cuando surgió el movimiento 15M y se empezó a generalizar todo el tema de las protestas callejeras, la mayor parte de la población tendía a estar a favor de los activistas, ya sea de este grupo o de otros similares, como Democracia Real Ya, la PAH, las mareas, etc. Solo se ponía una condición a esa simpatía: que las protestas de estos grupos transcurrieran sin altercados.
Manifestación en la Puerta del Sol.
    Recuerdo, por ejemplo, un caso en el que unos supuestos miembros del 15M (digo supuestos porque yo, en aquella época, estaba dentro del movimiento, y me llegaron rumores de que ellos no lo estaban) increparon y zarandearon a diputados del Parlament de Catalunya. No fue nada exagerádamente duro en comparación con otras cosas que vimos después, pero me acuerdo de que gran parte de la opinión pública reaccionó censurando el comportamiento de estos jóvenes, advirtiendo de que si las cosas seguían por ese camino, este movimiento no sería bien visto.
    Poco a poco, las cosas han ido cambiando. Si bien es cierto que la represión en las protestas ha aumentado hasta límites inimaginables antes de la crisis, también es verdad que las formas que se usan para  mostrar el descontento de la población, han variado en cuanto a cantidad, y en cuanto a intensidad. Raro es el día en el que no hay una manifestación, concentración, o colectivo en huelga. Y cada vez surgen maneras más contundentes de mostrar enfado. Desde iniciativas que rodean los edificios institucionales, como el Congreso de los Diputados, hasta los escraches, la ocupación temporal de oficinas de bancos, o la no tan temporal de bloques de viviendas expropiadas.
Escrache.
    La mutación de las manifestaciones pacíficas en batallas callejeras ha dejado de ser algo marginal, propio de la kale borroka. Siendo cierto que no es algo generalizado, es verdad también, que cada día vemos más casos, los dos últimos, a fecha de hoy, en Burgos y en Ceuta, con solo unas pocas horas de diferencia entre ambos.
    Pero, por mucho que nos intenten hacer creer, lo que más ha cambiado no ha sido la radicalización de las protestas. En el fondo, siguen siendo cuatro los que se atreven a tirar piedras. Lo que ha cambiado de verdad ha sido la mentalidad de la gente. Muchos de los que pensábamos hace dos años que increpar a un político era un acto reprobable, somos los que, poco tiempo después, aplaudimos que se formen grupos que se planten en la puerta de su casas, se encaren con ellos, e informen a sus vecinos que no ha hecho nada para evitar desahucios, que ha votado a favor del abaratamiento del despido, o que quiere desmantelar la sanidad pública. Y muchos de los que hace dos años condenábamos sin miramientos la violencia en las manifestaciones, no podemos evitar, hoy por hoy, dudar de si, quizá, sea la única forma de hacerse oír, y de meter un poco de respeto en el cuerpo de quienes toman las decisiones.
Altercados en Burgos.
    Es posible que la razón de este cambio sea que por aquel entonces aún teníamos cierta esperanza subconsciente en nuestra clase política. Quizá pensábamos que, aunque nos estaban jodiendo, era porque estaban errando en sus políticas, y no porque actuaran obedeciendo a otros intereses ajenos a la voluntad democrática de los votantes.
    Sea como fuere, nadie puede asegurarnos que la cosa no vaya a más. En cuanto a represión y en cuanto a reacción a la represión. Todo esto, en el fondo, ha ocurrido en otras ocasiones, y aunque la mayor parte de las veces no ha acabado bien del todo para nadie, los hay que tienen  más que perder, los hay que tienen menos, y los hay que ya no tienen nada.

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